Uno de esos días
*Ayer fue uno de esos días que te marcan*
Ayer fue uno de esos días que te marcan. Comencé temprano, a eso de las 8.30 am en el pueblo de Mayagüez. Mayagüez queda a una hora y media de distancia de mi pueblo, Salinas. El camino es hermoso, lleno de extensas sabanas, mucha agricultura y sobre todo poco cemento. Una vez llegado a mi objetivo; sin dilación comencé a evangelizar en cada “fast food”, cada avenida que encontré a mi paso. Mayagüez tiene aire citadino, de modo que la crudeza de la vida se hace evidente en sus calles.
Allí, en el estacionamiento de un “Burger King” conocí a Nelson. Según Él, contaba con treinta y nueve años. Por su forma de hablarme sospeché de inmediato que dentro de aquel cuerpo de treinta nueve años vivía un niño de unos doce o trece añitos. Me entiendes… Su edad cronológica no estaba a la par con su forma de hablar. Les digo amados que este hombre me habló con la inocencia, la ingenuidad que solo un jovencito puede hablar. Me comentó que llevaba meses en la calle deambulando y que tenía hambre. Recuerdo aún con claridad el entusiasmo que tenía al comerse unas papas fritas con queso que le compré a petición suya.
Frente a mí, la figura de CRISTO se levantaba recordándome lo injusta que la vida puede ser para algunos. Con lágrimas en sus ojos me contaba como la gente en ocasiones se burlaba de Él y como había terminado en las calles. Su padre había muerto y el arrendador de la casa en donde vivía con este, lo lanzó a la calle. Ambos hablamos por largo rato en aquel estacionamiento, olvidando que el sol nos ardiese en el rostro. Entre llantos, papas fritas, consejos y una que otra sonrisa y alabanza pude ver lo necesario de este mi trabajo. Un trabajo que me queda demasiado grande, uno que en verdad a veces no sé ni cómo hacerlo. Nelson, ese niño de trece años en el cuerpo de un hombre de treinta y nueve, me enseño tanto en aquel instante. Al despedirnos nos dimos un abrazo, uno que según Él hace tiempo alguien no le daba. Se acaban las palabras… Quiero decir amada hermana, hermanito que lees estas letras… Para mí es un privilegio que compartas conmigo esta experiencia. Esta experiencia de servirle a un Dios infinitamente poderoso, pero al mismo sencillo, humilde y deseoso que alguien también le dé un pedazo de pan o un vaso de agua.
MATEO 10:42 - Y cualquiera que dé a uno de estos pequeñitos un vaso de agua fría solamente, por cuanto es discípulo, de cierto os digo que no perderá su recompensa.
Serafín Alarcón Carrasquillo - tablitas del Señor / fiel1.blogspot.com
Ayer fue uno de esos días que te marcan. Comencé temprano, a eso de las 8.30 am en el pueblo de Mayagüez. Mayagüez queda a una hora y media de distancia de mi pueblo, Salinas. El camino es hermoso, lleno de extensas sabanas, mucha agricultura y sobre todo poco cemento. Una vez llegado a mi objetivo; sin dilación comencé a evangelizar en cada “fast food”, cada avenida que encontré a mi paso. Mayagüez tiene aire citadino, de modo que la crudeza de la vida se hace evidente en sus calles.
Allí, en el estacionamiento de un “Burger King” conocí a Nelson. Según Él, contaba con treinta y nueve años. Por su forma de hablarme sospeché de inmediato que dentro de aquel cuerpo de treinta nueve años vivía un niño de unos doce o trece añitos. Me entiendes… Su edad cronológica no estaba a la par con su forma de hablar. Les digo amados que este hombre me habló con la inocencia, la ingenuidad que solo un jovencito puede hablar. Me comentó que llevaba meses en la calle deambulando y que tenía hambre. Recuerdo aún con claridad el entusiasmo que tenía al comerse unas papas fritas con queso que le compré a petición suya.
Frente a mí, la figura de CRISTO se levantaba recordándome lo injusta que la vida puede ser para algunos. Con lágrimas en sus ojos me contaba como la gente en ocasiones se burlaba de Él y como había terminado en las calles. Su padre había muerto y el arrendador de la casa en donde vivía con este, lo lanzó a la calle. Ambos hablamos por largo rato en aquel estacionamiento, olvidando que el sol nos ardiese en el rostro. Entre llantos, papas fritas, consejos y una que otra sonrisa y alabanza pude ver lo necesario de este mi trabajo. Un trabajo que me queda demasiado grande, uno que en verdad a veces no sé ni cómo hacerlo. Nelson, ese niño de trece años en el cuerpo de un hombre de treinta y nueve, me enseño tanto en aquel instante. Al despedirnos nos dimos un abrazo, uno que según Él hace tiempo alguien no le daba. Se acaban las palabras… Quiero decir amada hermana, hermanito que lees estas letras… Para mí es un privilegio que compartas conmigo esta experiencia. Esta experiencia de servirle a un Dios infinitamente poderoso, pero al mismo sencillo, humilde y deseoso que alguien también le dé un pedazo de pan o un vaso de agua.
MATEO 10:42 - Y cualquiera que dé a uno de estos pequeñitos un vaso de agua fría solamente, por cuanto es discípulo, de cierto os digo que no perderá su recompensa.
Serafín Alarcón Carrasquillo - tablitas del Señor / fiel1.blogspot.com
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